por Débora Tajer
Existen coincidencias en términos
temporales, entre el enfoque de Derechos Humanos y el de Género en relación a
la Salud Mental en Argentina. Ambos ubican su desarrollo con la vuelta de la
democracia en nuestro país. El primero, a partir del trabajo de los equipos de
Salud Mental de los organismos de Derechos Humanos con víctimas de la dictadura
y sus familias. El segundo, por un lado llegó con el regreso de muchas
exiliadas que se habían formado en los Estudios de la Mujer o se habían
incorporado a las luchas feministas en otros países y se juntó con una
corriente de “insiliadas” que en grupos privados, pequeños y muchas veces
clandestinos estudiaban y traducían escritos feministas, entre los cual cabe
destacar el CEM (Centro de Estudios de la Mujer). Mujeres que en conjunto
realizaron sus aportes para el crecimiento de este campo de estudios. Algunas
de las cuales conformaron ONGs que comenzaron con la atención de mujeres
víctimas de lo que hoy denominamos como violencia de género entre las cual es
importante destacar a: Lugar de Mujer y a la Fundación Alicia Moreau de Justo.
Estas dos experiencias a lo largo de
estos más de 30 años han ido mayoritariamente por caminos paralelos. Por un
lado se pueden ubicar los organismos de Derechos Humanos y las áreas de Salud
Mental y también las cátedras de Derechos Humanos y Salud Mental en diversas
Facultades de Psicología y por otro, quienes ya empezaban a trabajar en
Argentina Salud Mental y género. Este último campo en nuestro país, a
diferencia de lo que acontece en otros países de la región, tiene una larga
historia ya que muchas psicólogas venían trabajando en los Estudios de la Mujer
desde la dictadura y, luego, con la vuelta a la democracia lo continuaron
haciendo en lo público. Un espacio fundamental fue el CEM, tal como se refirió,
en el cual estuvieron muchas de las pioneras en el campo: Gloria Bonder, Mabel
Burin, Eva Giberti, Irene Meler, Ana Fernández, Clara Coria, entre otras
destacadas colegas. En la Universidad de Buenos Aires se dictó un primer
seminario en el año 1985 en la Facultad de Psicología que se consolidó como
cátedra de Estudios de la Mujer en el año 1987 a cargo de Ana María Fernández.
Luego cambió su nombre a Introducción a los Estudios de Género en el año 2000.
En el año 2014 me hice cargo de la misma y en la actualidad ya con 30 años de
trayectoria tiene 210 estudiantes por cuatrimestre y se dicta dos veces al año.
Probablemente,
parte de la trayectoria de “vidas paralelas” entre ambas corrientes y enfoques
en el país estén dadas porque el sujeto subyacente del marco de los Derechos
Humanos es el sujeto universal, que desde los estudios de género se lo
identifica como un particular que ha logrado construir hegemonía: varón,
adulto, blanco, propietario y heterosexual. Para un posible encuentro, es necesario
tensar la relación en la universalidad de un derecho y el derecho simultaneo a
ser diferente.[1] Tenemos
que poder tensar este aspecto de los derechos universales para poder pensar la
temática que nos proponen los estudios de género, en relación a la diferencia y
a la diversidad. Si desde el paradigma aún vigente en el campo de los Derechos
Humanos se postula que “las personas, tienen una serie
de derechos, independientemente de cualquier condición, género, clase, raza,
diagnóstico.”[2] Para
que entre a este paradigma el enfoque de Género hay que establecer algunos
puentes que permitan incluir a las diferencias desigualadas no de modo
independiente de su condición, sino a partir de su condición. Que en este caso
sería el derecho universal a ser diferente. Reconocimiento que es punto de
partida para instaurar un necesario dialogo.
Un segundo
desencuentro que ha abonado a las “vidas paralelas”, que recientemente se está
comenzando a saldar, es que llevó muchos años “decir lo indecible”
respecto de los abusos sexuales que fueron parte sistemática del plan de
tortura de la última dictadura militar en nuestro país. Recién ahora se puede
empezar a decir en voz alta porque recién ahora se puede alojar, escuchar y
pensar. Esto también está sucediendo a nivel internacional, se están comenzando
a visibilizar las violaciones y ataques sexuales como crímenes de guerra. En
este sentido, se sabe que sucedió lo mismo en la guerra de los Balcanes, en
Guatemala, en el conflicto entre las FARC, los paramilitares y el gobierno
colombiano así como con las esclavas sexuales que los japoneses tomaban en los
países conquistados durante la segunda guerra mundial. En todas estas
situaciones de conflictos armados y de violación a los derechos humanos, el
cuerpo de las mujeres es utilizado como motín de guerra, como territorio de
lucha entre “bandos” y como modo de humillación a los varones que han sido
derrotados. Y esto se está comenzando a decir con todas las letras luego de
muchos años. Por lo cual se ve la importancia de que los dos corpus, las dos
tradiciones con larga data en nuestro contexto, trabajen en conjunto y
articuladas.
Un tercer
desencuentro, en la línea de lo “indecible”, fue no haber podido pensar desde
el principio la politicidad y la producción de subjetividad de la madritud de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. En
tanto, hay una especificidad de género en el rol que cumplieron estas mujeres
durante y luego de la dictadura militar, en el sentido de producción de
subjetividades políticas generizadas.
Señalados los puntos de desencuentro,
señalo que los caminos paralelos recorridos por el enfoque de Derechos Humanos
y el de Género, pueden encontrarse en una agenda común compartida a partir de
tres ejes: a) la ampliación de derechos, b) el monitoreo, accesibilidad o
vulneración de los mismos y, por último, c) su exigibilidad. Con la ayuda del
marco de la nueva generación de derechos.
En este sentido,
resulta interesante recordar cómo en los 90 el feminismo comenzó fuertemente a
traducir en términos de Derechos Humanos las exigencias de las mujeres. Para
dar un ejemplo, en el año 2007 en la provincia de Santa Fe, una mujer llamada
María Acevedo que tenía cáncer en la mandíbula, pidió acceder a un aborto
enmarcado en una de las tres causales de aborto legal en el país[3] para
hacer quimioterapia y se lo negaron, como consecuencia murieron ella y el bebé
poco tiempo después del parto, dejando a 2 hijos pequeños nacidos con
anterioridad, huérfanos de madre. Ese caso lo tomó la Corte Interamericana de
Derechos Humanos por el reclamo del movimiento de mujeres frente a la
vulneración de derechos. Actualmente, uno de los médicos y el director del
hospital están siendo procesados. Ejemplo que muestra cómo la inclusión de los
derechos de género en el marco del derecho internacional de los tratados de
derechos humanos ha sido de una maravillosa estrategia. Permitiendo que lo que
no se pueda garantizar a nivel nacional, se pueda apelar en las cortes
internacionales.
Avanzando en estos encuentros, veremos cuáles son los puntos en común en el campo de la Salud Mental. En este terreno, tanto quienes vienen del campo de los estudios de género como del de los Derechos Humanos, hay algunas herramientas que nos unen, centralmente la credibilidad y alojamiento hospitalario a quienes nos comparten sus experiencias ligadas al horror. Quienes trabajamos en el campo de la salud mental con perspectiva de género, escuchamos el horror de las víctimas de violencia de género, tanto en términos físicos como en términos psicológicos. Y las herramientas que han acuñado colegas en el campo de los Derechos Humanos y la salud mental, nos sirven todo el tiempo al actuar como testigos del sufrimiento validando y cobijando ese trabajo necesario de hacer con víctimas de violencia.
Herramientas que permiten no
confundir que es el del orden de la psicopatología, tanto de quien padece el
horror, como de quien lo ejerce, con lo que es del orden del impacto psíquico y
traumático de la vulneración de derechos que genera sufrimiento psíquico y
eventual psicopatología. Y, desde esta distinción, debe ser trabajado en el
campo clínico en salud mental desde esa perspectiva y con todas las
herramientas que ya están probadas en el trabajo clínico con víctimas en el
campo de los Derechos Humanos.
Desde esta propuesta, teniendo como
marco común la salud mental, tanto el paradigma de los Derechos Humanos como el
de los estudios de Género, pueden compartir las herramientas conceptuales y
prácticas que le den credibilidad a los relatos del horror, al respeto por los
valores y para acompañar en tanto testigos de quienes testimonian en la clínica
su sufrimiento, validando y cobijando. Ubicando en este terreno a las víctimas
de violencia de género desde una concepción de la misma como vulneración de
derechos de las mujeres y de la población LGTBI.
Volviendo a la agenda común y en
concordancia con lo dicho anteriormente, en relación a la exigibilidad, es
necesario una convocatoria para visibilizar los derechos logrados y valorar las
experiencias que cuestionan el patriarcado como único horizonte posible.
Si hacemos un análisis de coyuntura
de la agenda de género en el campo de la gestión de políticas públicas en la
última década se evidencia cuanto se ha avanzado al incluirse en el marco de
los Derechos Humanos. Pero si se hace un análisis de los últimos dos años se
observa un retroceso dado por el vaciamiento y desfondamiento de programas que
aunque continúan están desvitalizados como los relativos a la salud sexual y
reproductiva, la violencia de género y la Educación Sexual Integral.
Un paso adelante muy significativo
con respecto al derecho al aborto se produjo a partir del “Fallo FAL” de la
Corte Suprema en 2010 y la implementación de la guía de abortos no punibles.
Concomitantemente, se pudo observar en estos años una progresiva legitimación
de las prácticas de lo que hoy se conoce como ILE (Interrupción legal del
embarazo) que es el aborto legal actual por tres causales: Riesgo de vida de la
gestante, riesgo de la salud de la gestante y embarazo producto de una
violación. Pero fruto de la tensión con los sectores que no reconocen este
derecho, hubo un episodio muy controversial que fue el procesamiento en 2017 de
una médica generalista con condena en suspenso en la provincia de Chubut. El
fallo le suspendió la matrícula por un año por haber garantizado el derecho a
interrumpir un embarazo a una joven de 17 años, que luego murió, pero no por
esa causa. Se evidencia que este fallo tiene un efecto de intimidación y
disciplinamiento a esta médica y a todos/as los/as médicos/as. Para que
aquellos/as que estén dispuestos/as a garantizar las ILE teman y sepan que los
sectores conservadores están dispuestos a judicializarlos/as.
Siguiendo el debate de médicas
generalistas formadas para garantizar derechos se reiteraba la dificultad para
entender cómo se podía sancionar a “alguien que estaba haciendo las cosas
bien”. Si alguien se plantea esto es porque es una persona que ha sido
subjetivada con perspectiva materia de derechos y no entiende cómo se sanciona
a alguien que otorgue derechos. Y esas subjetividades son efecto de este largo período
de ampliación progresiva de derechos en la agenda de género. Quienes tenemos
más historia, sabemos que nuevamente dejamos de estar en un ciclo de ampliación
de derechos y de nuevo estamos teniendo que defenderlos, otra vez comienza un
período de resistencia para no perder lo logrado, en vez de aspirar a lograr
más de manera progresiva tal como lo plantea la plataforma de derechos humanos.
Es en las coyunturas regresivas,
donde resulta más evidente que la consagración de derechos depende siempre de
la correlación de fuerzas que la hace posible, por lo tanto se puede ir para
atrás si esa correlación de fuerzas cambia, aun cuando dichos derechos en
términos legales, sean progresivos. Desde esta constatación se entiende mejor
la perplejidad y la dificultad de comprensión de la punición de una acción
correcta en términos de derechos, como el caso de la médica que anteriormente
relatamos.
En las intervenciones desde salud
mental en los casos de violencia de género cuando la entendemos como
vulneración de derechos y el impacto psíquico que genera esa vulneración,
resulta clave incorporar lo aprendido acerca de lo padecido en términos de
efecto en la salud mental del terrorismo de estado y del sometimiento a
situaciones de tortura. Son diferentes los contextos y los actores, dado que la
violencia de género sucede fundamentalmente en el marco de relaciones afectivas
y familiares y su vulnerabilidad está ligada a las asimetrías de género que
ingresan al psiquismo en el proceso de subjetivación que comienza en la temprana
infancia al ser socializadas como “sujetas en menos” por ser mujeres. Mientras
que el terrorismo de estado se da en el marco de la suspensión de los derechos
ciudadanos que permite un estado de excepción hacia aquellos a quienes se ha
definido como “peligrosos” para ese orden.
En ambos casos, la víctima recibe un
alto impacto subjetivo (y también físico) por la vulneración, el victimario
obra como disciplinador de un orden social que golpea, mata y/o violenta
simbólicamente. No es un acto que suceda por la “psicopatología previa” de
uno/a u otro/a, como se anticipó líneas arriba. Y las víctimas de ambos
terrores presentan problemas psicológicos o tienen sufrimiento psíquico por un
padecimiento ligado a la vulneración de derechos como efecto traumático. Para
el caso de la violencia de género, los victimarios, no deben ser pensados en el
campo de lo psicopatológico a priori, sino como bien nos enseñó Eva Giberti,
son hijos sanos del patriarcado. Y como también nos explica Rita Segato, son
seres altamente morales ¿De qué moralidad? De la moralidad del patriarcado, y
vienen a sancionar los tipos de femineidades que se salen del orden
establecido.
Me ha sido de gran utilidad teórica y
práctica un artículo del Centro Ulloa publicado en Página 12 acerca de la
situación de tortura y la “responsabilidad” de las víctimas frente a hechos que
los/as avergüenzan. En tanto el torturado/a está obligado a presenciar o a
realizar hechos aberrantes reñidos con su ética, en este sentido, no se puede
hablar de responsabilidad subjetiva sin gozar de libertad y ciudadanía. Estos
aprendizajes sirven para el trabajo con mujeres víctimas de violencia de
género. No podemos convocarlas a responsabilizarse de “su síntoma”, sin pensar
que no gozan en los hechos de libertad y ciudadanía, aún cuando sí lo estén
desde el punto de vista legal. Esto último difiere con las víctimas del
terrorismo de estado dado que su situación legal era de estado de excepción.
En esta línea, hay que tener cuidado
con el enfoque en salud mental en violencia de género cuando se trabaja desde
una línea de responsabilización de las mujeres. La pregunta sobre la
responsabilidad subjetiva en la situación de víctima (“¿Y vos qué tenés que ver
con lo que te ha pasado?”), lleva como supuesto una “ilusión de paridad” que no
es tal. Presupone una idea de que las mujeres gozan en la sociedad actual de
ciudadanía plena, lo cual es cierto en el orden jurídico, pero no en las
prácticas sociales. Si tomamos esa posición terapéutica con una víctima de
violencia de género, no estamos entiendo nada de lo que pasa ahí. Es importante
evidenciar que las víctimas de violencia de género son privadas de libertad,
reducidas a servidumbre, les han cortado los lazos sociales y laborales, pero
no “a punta de pistola” sino mediante la subordinación cotidiana y la pérdida de
la libertad vía la violencia simbólica, que las considera “ciudadanas de
segunda categoría”. En ese sentido, para trabajar en el campo de la salud
mental con las víctimas de violencia de género, primero hay que restituir
ciudadanía, dignidad y autonomía para luego ver qué se puede hacer desde ese
lugar, entendiendo que, en esos contratos, no hay libertad para pensar la
responsabilidad. La responsabilidad subjetiva será un estatus a adquirir como
logro de la intervención terapéutica interdisciplinaria.
Por otra parte, dado que estamos
hablando de impacto de la violencia en la subjetividad en “tiempos de paz”, es
importante que nos preguntemos como contribuir a la construcción colectiva de
un mundo simbólico que valore las experiencias que cuestionan el orden
patriarcal como única forma de vida válida y deseable.
En ese sentido, es de suma
importancia preguntarse qué tipo de varones estamos produciendo y subjetivando.
Pareciera que más allá de una ilusión de igualdad, producimos varones con más
prerrogativas privilegios e “impunidades de género”. Autoras como Rita Segato
ubican aquí el concepto de “deshumanización” y “desamorosidad”, Judith Butler
el de “vidas precarias”, Silvia Bleichmar el de “semejante de baja intensidad”
todo lo cual tiene una línea de continuidad que en su vértice más atroz están
los femicidios, que son asesinatos de mujeres por razones de desigualación
entre los géneros.
Se plantea la
pregunta de si los varones también son “víctimas” del patriarcado. Desde mi
visión, no son víctimas, sino que sufren los costos por la hegemonía, los
costos del poder y de no poder hacer todo lo que quieren, esto genera costos en
su vida, concretamente tienen siete años menos de expectativa de vida[4],
con peores perfiles de salud. En los varones se juega la valoración, tanto la
propia como la social en acciones que se les juega en contra en términos de
autocuidado, vida y salud. Lo mismo que los mata, los hace matar a mujeres,
niñas y otros varones es por lo que son socialmente valorados. Lo cual les
produce una encerrona trágica que se llama masculinidad hegemónica, que les da
muchos privilegios, pero también les hace daño. Pero la paradoja es que para estar
mejor, deben soltar privilegios. Lo cual como se sabe, es una tarea difícil y
que exige un compromiso personal y colectivo con esta acción.
Hay otro tema que
se articula de manera muy especial con el campo de los derechos humanos, los
estudios de género y el campo de la salud mental en nuestro país. El mismo
tiene que ver con la Ley de Identidad de Género[5] que
tenemos. La misma es de avanzada, mucho más que las que existen en otros
países, ya que es una ley que permite dar una nueva identidad de acuerdo a la
identidad de género autopercibida. En otros países, esto se da vía el
diagnóstico psiquiátrico o psicológico de “disforia de género”, hay un tribunal
médico/psicológico que decide, que hace un diagnóstico. Luego, hay que
someterse a una operación de reasignación de sexo para finalmente hacer un
cambio de identidad. Nuestra ley reconoce que alguien que no se percibe de
igual manera a la que se la llama, pueda cambiar su identidad. Una lectura
posible del hecho de que Argentina tenga una ley como esa, es que está ligada
al derecho a la identidad y no a un problema de salud mental, está ligada a la
trayectoria en derechos humanos de nuestro país, fundamentalmente en lo que
respecta a derecho a la identidad mediante la restitución de los/as nietos/as.
Mi valoración es que esta experiencia histórica ha dejado huellas en nuestro
imaginario social que van más allá de la experiencia concreta.
La Ley de Identidad
de Género es importante que se visibilice como uno de los capitales simbólicos
que tenemos como sociedad. Este tema lo he cotejado y discutido con
profesionales de otros países. Por ejemplo, una colega brasilera que trabaja
atendiendo población trans en Brasil[6],
nos contaba en una conferencia que dio en la Facultad de Psicología que atiende
personas que la vienen a convencer a los/as profesionales de salud mental de
que son “suficientemente trans” como para que se les haga un diagnóstico para
que las puedan operar y tener su identidad. En Argentina, las personas que nos
vienen a ver a quienes trabajamos en Salud Mental es para que las acompañemos,
no para convencernos y simular lo que tienen que aprender para ser lo
“suficientemente trans” como para que las diagnostiquemos. Eso es una divisoria
de aguas absoluta, muy clara, que muestra que la relación entre psicoanálisis y
transexualidad esta en relación con el marco de derechos vigente en cada
sociedad lo cual incluye tanto las prácticas como el marco legal, no es la
transexualidad como entidad en sí y como portada por “espiritualismo deseante”
ahistórico sino que el marco de derechos y la historia está corporalizada[7],
esta aferrada en el cuerpo y en la legalidad y tiene que ver con los procesos
históricos y políticos de cada país.[8]
Compartiré un ejemplo maravilloso del valor de alivio del malestar psíquico sobrante por medio de la nominación. Como el encuentro con una nueva palabra acercada a alguien que no la conocía, en este caso “mujer trans”, puede aparecer como una manera para nominar un existenciario que era inenteligible hasta el momento, incluso para lx sujetx en cuestión. Un colega me contó una anécdota interesante en relación a las nuevas formas de nominar. Se presentó a su consulta, en la provincia de Tucumán, una adolescente con rasgos varoniles, en el despliegue de la charla, él le preguntó:“¿Vos qué sos lesbiana o varón trans?”, a lo que la/el adolescente respondió con alivio “Eso último”, pudiendo ponerle un significante que no sabía previamente que existía a su vivencia.
Es interesante
también identificar al movimiento Ni Una Menos en
su dimensión de política de la subjetividad y de los cuerpos. El mismo surgió
de un grupo de periodistas desde una “conciencia de género”[9] desde
un feminismo “espontáneo”[10] y
“plebeyo”[11] frente
al horror y la indignación por los femicidios. Y ha despertado y asombrado a
muchos en tanto acontecimiento, incluso a quienes veníamos trabajando estas
temáticas desde hace muchos años. Ni Una Menos fue
la respuesta de un grupo de periodistas -algunas feministas, otras no- frente a
la consternación al oír los relatos de los/as familiares de las víctimas de
femicidios y como un modo de afrontar la indignación. No nos preguntaron
absolutamente nada a las especialistas ni nos invitaron “ni nos pidieron
permiso”, fuimos marchando con nuestras remeritas y nuestros palitos como
cualquier otro detrás de las recién llegadas como vanguardia porque entendimos
que ahí había algo muy importante. Se puede interpretar que este movimiento ha
tenido un gran impacto en el imaginario social, aumentando la “conciencia de
género” de muchas personas, ya que ha permitido llegar a gente a la que nunca se
le había podido llegar. Por ejemplo, comenzaron a plantearse y a reconocerse
como víctimas de violencia de género muchas mujeres que vivían malestares desde
hace diez, veinte o treinta años y nunca le habían puesto ese nombre a su
vivencia dolorosa: violencia de género. De esta manera incorporan a su decir
palabras que les permiten articulan el dolor y le ponen nombre. Y a su vez, lo
individual se torna colectivo. Se dan cuenta de que no les pasa solo a ellas,
les pasa a muchas, por ser como ellas: mujeres en el patriarcado. Nombran lo
que no tenía nombre. Otra vez, decir lo indecible y su maravilloso valor
sanador.
Así como el colectivo nombrado anteriormente, se presentan en la actualidad de nuestro país la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito y las Socorristas en Red, ante una necesidad de cuidado y de precarización de la vida. La Campaña y las Socorristas son mujeres que no esperaron que las leyes vayan adelante sino que van adelante de las leyes, corriendo el borde de lo legal y haciendo legítimo lo que todavía es ilegal. Ambas experiencias incorporan como valor el cuidado de sí y de otras. De esta manera, acompañan a las mujeres en situación de aborto y permiten ampliar las prácticas de abortos seguros hasta que exista la ley que merecemos tener. Nuevamente, nos encontramos con prácticas de politicidad femeninas que pueden armar una genealogía con “Las Madres de la Plaza”, en el sentido de salir a la calle y hacer lo que hay que hacer, cuando el Estado no hace lo que debe hacer.
Es preciso señalar que la crisis
actual aumentó el gasto para los cuidados y disminuyó el gasto disponible para
el cambio de rol de las mujeres respecto al cuidado, puesto que “no es para
varones”. Se puede ver cómo se articulan género, derechos humanos y salud
mental al analizar la actual crisis desde una concepción amplia de la lógica
del cuidado. Uno de los problemas que se presenta en nuestra sociedad es que
sólo las mujeres estamos subjetivadas en la lógica del cuidado. A los varones
no se les enseña a cuidarse de sí mismos y de otros. Con el alargamiento de la
expectativa de vida, se va a necesitar en buena parte de nuestras vidas ser
cuidados y cada vez hay menos gente que cuida con la salida de las mujeres al
mercado laboral y el no ingreso de los varones al área de los cuidados. De esta
manera, se puede identificar la intensificación de la crisis del sistema de
cuidados en relación a la crisis económica actual.
En relación con lo señalado
anteriormente, se presenta una dificultad para conciliar el trabajo y la vida
familiar que se profundizará tras la reforma laboral que se pretende
implementar, dado que las mujeres hasta el día de hoy dedicamos tres horas
diarias más de trabajo doméstico que los varones del mismo grupo social. A esto
hay que sumarle la doble e incluso triple jornada laboral que recae sobre las
mujeres. Un breve ejemplo de esta situación: me invitaron a hablar en un jardín
de infantes de un colegio de la Ciudad de Buenos Aires, sobre temas de género
en la infancia. Parte de lo que me decían es que muchos niños no controlan
esfínteres, no comen con nadie y duermen muy mal. Y que ellas, las docentes,
muchas veces hablando con los padres respecto de estos problemas, encuentran
como respuesta que los mismos trabajan mucho para poder pagar ese colegio, la
prepaga y para poder vivir como tenían que vivir. Lo que yo les dije es que
probablemente esos chicos no controlan esfínteres, tienen problemas
alimentarios y problemas para dormir porque los padres están trabajando para
darles una educación que suponen que es lo mejor que les pueden dar. Pero, en
realidad, esos niños estarían mejor en otro colegio en el que no paguen, con
padres más presentes que no necesiten trabajar tantas horas para pagar la
pertenencia a la clase.
Para finalizar, es preciso remarcar
que si vamos hacia una reforma laboral que va a empeorar las condiciones de
trabajo, al mismo tiempo que no existen instituciones que permitan la
conciliación trabajo-familia (no hay lactarios en los lugares de trabajo, no
existe la posibilidad por las distancias de que las mujeres que amamanten estén
cerca de los bebés, no hay guarderías, no existen licencias significativas para
los varones por paternidad, las mujeres sólo tienen tres meses, entre otros
problemas), tendremos niños que no controlen esfínteres, tendremos niños que no
comen con sus padres, tendremos niños que comen comida chatarra, tendremos
muchos otros problemas que tienen que ver con la crisis de la necesidad de
cuidados, la dificultad de darlos y la idea de tener que estar en el mercado
para pagar servicios con poca disponibilidad para generar los cuidados
subjetivos.
Dicho todo esto, llego hasta aquí,
agradezco la oportunidad de compartir pensamiento en la excusa de la inclusión
de la perspectiva de género en esta importante y muy respetada trayectoria del
trabajo de los organismos de derechos humanos en el campo de la salud mental en
nuestro país.
Débora Tajer
Doctora en Psicología (UBA), Profesora Adjunta a cargo Cátedra Introducción a los Estudios de Género Facultad de Psicología UBA.
Trabaja como Psicoanalista, Sanitarista, Docente e Investigadora
Notas
[1]En palabras de
Boaventura Santos citando a Paulo Freire en el Forum Social Mundial de Porto
Alegre en febrero del 2002 “O dereito de sermos diferentes quando a
igualdade inferioriça e o direito a sermos iguais quando as diferencias nos
descaracterizam”. El derecho a ser diferentes cuando la igualdad nos inferiorza
y el derecho a ser iguales cuando las diferencias nos
descaracterizan.(traducción mía)
[2] Convocatoria
de las Jornadas de Salud Mental y Derechos Humanos “Decir lo indecible”
realizada por el Colegio de Psicólogos de Córdoba y la Federación de Psicólogos
de la República Argentina (FePRA) los días 25 y 26 de agosto de 2017 en la
Universidad Nacional de Córdoba en la cual se decidió incluir la temática de
Género como uno de los ejes principales y en la cual se presentó una primera
versión este escrito.
[4] Cuestión que
he investigado para mi tesis doctoral y publicado como libro Heridos corazones. Vulnerabilidad coronaria en varones y mujeres,
Paidos 2009. Y que he desarrollado en términos clínicos en “¿Qué quiere un
hombre?”, Imago Agenda, Nº 202, Mayo - Julio
2017 - ISSN 1515-3398, pág. 42-44, Letra Viva Libros, Buenos Aires.
[7] Ver Butler
J. Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos
del sexo, Paidos, 2002.
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