-Este es el tipo que tiene que matar -me dijo
entregándome una foto de Carlos Gardel.
-¿Cómo? No entiendo -le respondí
Me miró fijamente diciendo:
-Es simple, que sea lo más
prolijo posible, si parece un accidente, mejor.
-¿Pero por qué lo tengo que matar? -pregunté
angustiado.
-Eso no es su problema, usted simplemente mátelo.
Se le pagará bien por su trabajo -me contestó de manera fría.
-Mire, creo que esto es una equivocación, yo no soy
un mercenario y Gardel murió en un accidente de avión en 1935 o sea que todo
esto es un disparate -argumenté con ánimo de dar por terminada la conversación.
-Bueno, en ese caso me tendré que ocupar yo mismo del
asunto, no sin antes eliminarlo a usted primero -dijo mientras sacaba un
revolver del bolsillo de su sobretodo.
En ese momento desperté sobresaltado.
No pude seguir durmiendo. Fui a la cocina a tomar un café.
Me senté, calentando mis manos con la taza. La luz tenue del amanecer entró por
la ventana.
El silencio fue interrumpido bruscamente.
En la casa de al lado sonaba un tango de Gardel.
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